Hace bastante tiempo me tocó traducir al catalán una guía de prevención de drogodependencias orientada a las familias. La guía se llamaba «10 pasos para ayudar a su hijo a decir NO a las drogas».
Tuve que cambiar el título a petición de los expertos de la institución que financiaba el material didáctico, porque deseaban que no saliera la palabra «no». La razón era que estaban convencidos que la palabra «no» podía generar atracción por lo explícitamente prohibido y, en cambio, resultaba más estimulante plantear lo que «sí» era conveniente o se debía de hacer.
Bueno, buscamos una fórmula menos negativa y ya está. Aunque los argumentos no me convencían del todo, no iba yo a pelear por eso. Tiempo después, el título de la versión en castellano también se cambió.
No la busques a día de hoy por el título original: ya no se encuentra. Los argumentos que a mi no me acaban de convencer reconozco que han hecho fortuna…
Me he acordado de esta anécdota al llegar al final de Empantallados, el último libro de Santiago Moll, un pedagogo que me encanta por lo sencillo, directo, polifacético y gran divulgador que es.
Aunque le admiro, discrepo de su afición por la norma positiva, la que propone eliminar la palabra «no» a la hora de fijar una norma educativa sin que ésta pierda su sentido.
Mejor dicho, no es que me parezca mal utilizar este criterio, lo que pasa que aplicado por sistema o abusivamente convierte el lenguaje en demasiado almibarado o artificioso cual catálogo de primavera de IKEA.
Creo que de vez en cuando las normas deben incluir sin ambages ni disfraces la palabra «no». De vez en cuando quiere decir con mesura, mezcladas con normas positivas, para que no resulte un discurso de sargento chusquero plagado de prohibiciones y vacío de alternativas.
Básicamente por tres razones:
- Porque la vida está plagada de noes, y más vale irse acostumbrando. Quizá es un argumento un poco simple, pero… ¡es lo que pienso!.
- Porque en determinadas circunstancias, el «no» es clarísimo y se entiende a la primera, cosa que no siempre pasa con la norma positiva, que deja más cables sueltos. Luego, claro, podemos acompañarlo de la explicación que haga falta.
- Porque usando nosotros la palabra «no» en temas importantes -y a veces peligrosos- ayudamos a nuestros hijos e hijas a usarla responsablemente y no para tonterías o caprichos.
Precisamente en el último capítulo de Empantallados, Santiago resume las 18 normas para el uso del móvil de Janell Burley Hofman, una especialista en educación familiar y TIC, que mezcla sabiamente normas positivas y normas negativas, la mejor opción a mi entender.
Fíjate sino en estas dos normas de Janell a su hijo Gregory:
- Eres el responsable de los daños que le ocurran al móvil en caso de sustitución o reparación (norma positiva).
- No envíes nada por el móvil que no dirías a la cara (norma negativa).
Teniendo en cuenta la dimensión que está adquiriendo la adicción a las pantallas… ¡No se me ocurre mejor manera de decir las cosas claras!