Hace unos días, leyendo el post La meva família son «raros»… i què? en el blog de Anna Ramis -que recomiendo a todos los educadores- descubrí que, bajo una situación parecida, la familia de Anna y la mía habíamos respondido de manera aparentemente diferente.
Como que tengo mucha afinidad con Anna, me intrigó ahondar un poco en esto y me puse a recordar… Durante la infancia de mi hija nosotros también comprobamos hasta que punto ella y sus amistades necesitaban a veces alinearse con alguna categoría bien definida.
Por ejemplo, una vez, atravesando en coche de la zona alta de Barcelona, Clara, que entonces tenía 6 años comentó: ¡Qué casas más bonitas hay aquí! Al cabo de unos segundos concluyó: La gente que vive aquí debe tener mucho dinero. Y, finalmente, tras unos minutos de reflexión, llegó la pregunta: Nosotros, ¿somos ricos o pobres?
No lo tenía muy claro. Le pareció que no podía ser que fueramos ricos, porque no vivíamos en un barrio tan elegante, pero tampoco le encajaba que fueramos pobres: habitábamos un piso, teníamos un coche…
Introducir los matices en el pensamiento y en el corazón de la infancia siempre es una tarea delicada -aunque muy divertida, la verdad-. No somos ni ricos ni pobres, Clara… respondimos y, poco a poco, fuimos desgranando los argumentos.
Ciertamente, otro nivel de alerta y de reflexión para ella era si nuestra familia era rara o era normal. Una vez, volvíamos de una excursión donde habíamos acampado, habíamos buscado animalitos con la linterna por la noche, habíamos cocinado con el hornillo, habíamos subido a una pequeña cima… en fin, las típicas cosas que hacen los excursionistas.
Estábamos recordando las actividades que habíamos hecho ese fin de semana, y al acabar, Clara nos interpeló: ¿Hay mucha gente como nosotros…? ¡Era una manera de averiguar si éramos raros o normales!.
No dudamos en la respuesta: Somos muy normales. Clara. Hay montones de gente que disfrutan en la naturaleza haciendo lo mismo que nosotros… Fíjate: la familia de Ariadna, la familia de Annais, la familia de Laia…
No, no somos raros, en el sentido de que lo que pensamos y lo que hacemos no tiene nada de extraordinario y además, lo normal es la diversidad. Claro está que, si fuéramos raros, tampoco pasaría nada…