La foto que ilustra este post es de los compañeros de Nittúa, siempre atentos a lo que la calle revela. Un dramático y gráfico ejemplo del estado de desesperación de muchas familias españolas.
Tal vez imágenes como ésta deberían acompañar las noticias sobre el pacto político para limitar el gasto público social o, como dice el profesor Vicenç Navarro, lo que es lo mismo: el ataque al Estado del Bienestar.
Para las personas sin demasiada formación económica, así, de entrada, el discurso de limitar la deuda hasta nos parece sensato.
Pero de repente empezamos a olernos que la cosa va más allá de la prudencia y el buen hacer cuando nos aclaran que uno de los objetivos es «contentar a los mercados».
La deuda es sin duda una herramienta que hay que usar bien, pero es necesaria para equilibrar las desigualdades y afrontar los retos sociales, sanitarios, educativos, productivos… en una sociedad cada vez más fragmentada.
Descolocados y temerosos, aceptamos en su momento que el Estado salvara a aquellos que nos empujaron a la crisis económica más compleja, tapando el golpe de estado de los bancos. ¿Vamos a aceptar ahora que disminuya el gasto público social para tenerlos contentos?
Creo que hay que parar todo esto por puro egoísmo. Porque nos estamos jugando nuestra salud, nuestro trabajo, nuestra vejez, nuestra convivencia. Nos estamos jugando que nuestros hijos y nietos tengan acceso a la educación, a la vivienda y puedan salir a la calle sin miedo.
Por eso hay que pedir un referendum para ratificar la reforma de la Constitución. Confieso que ni siquiera hay altruismo en el miedo que me da la mano invisible del mercado.