Hace años, cuando no existía ni internet, ni whatsapp ni correo electrónico, recibí una llamada premonitoria a las once de la noche.
– Charo, ¿te acuerdas de aquel juego que hiciste en el curso X? ¿Me lo puedes contar para que lo pueda aplicar?
– Pero si ya os di la referencia de la revista dónde salía la reseña y podíais encontrar la descripción…
– Sí, bueno, claro… ¡pero es que prefiero que me lo expliques tú!
Estuve a punto de responderle: ¡Pues mira, puestos a tocar las narices a las once de la noche, yo prefiero que me llame George Clooney! Pero no lo hice. Tonta de mí, le conté exactamente lo que me estaba pidiendo. Mal hecho por mi parte.
Sí, creo que fue una llamada hasta cierto punto premonitoria, porque actualmente, aun teniendo más y mejor información disponible, accesible, didáctica, todavía recibo cada semana (eso, sí, vía email) demandas como ésta que sigue, que me llegan a través del blog, es decir, por parte de personas que lo han abierto y han tenido la oportunidad de pasearse por él:
Buenas, estoy haciendo un trabajo sobre Aprendizaje-Servicio para la universidad y me encantaría que pudieras facilitarme información de ello. Por ejemplo, definición, tipos, objetivos, si tiene fases o no, el ApS en España y fuera de ella, etc. Muchas gracias.
Vamos a ver: si esta persona ha llegado a mi blog ¿no se ha tomado ni siquiera la molestia de comprobar si la información que requiere está ahí? Porque sí que está y además bien ordenadita.
No, no me cae bien la pereza. Y mira que goza de simpatía popular, mucha más que la soberbia o la ira. Las personas perezosas son frecuentemente percibidas como tranquilas, despreocupadas, desestresadas… Vaya, un amor de gente. Pero a mi no me la dan con queso, lo siento.
La mayoría de las veces, la pereza de unas se convierte en la carga de otras. Simplemente, hay personas que se pueden permitir el lujo de ser perezosas porque hay otras que les acaban haciendo la tarea. La pereza es la antesala de la irresponsabilidad.
No me refiero a ese ataque puntual de pereza que a una le da de vez en cuando, como el ataque de gula, o el pronto de ira, sino a la pereza como actitud vital, adherida como una garrapata.
Cuando recibo peticiones como esta que he reproducido textualmente, me siento como si fuera una cocinera que se ha esforzado en hacer un guiso lo mejor que sabe y un comensal con la dentadura intacta -o sea, sin justificación alguna- me pide que se lo pase por el minipimer y se lo de en cucharaditas a la misma boca. Y lo pide sin parpadear, como la cosa más natural del mundo.
Profes de la universidad, por favor, por favor: ya sé que vuestro trabajo principal no es reconstruir ni reforzar actitudes cívicas y personales básicas de vuestros estudiantes. De acuerdo, no os contrataron para ello. Pero al menos, ¿se os ocurre alguna manera de desacreditar la pereza desde el aula?
La foto de este post muestra mis fabitas a la catalana en el proceso de cocción: con su cebollita, su butifarra negra, su ajito, sus hojas de menta… Sería un crimen pedirlas pasadas por el minipimer. ¿O no?