¡Qué bien queda encontrar defectos en todo! Apareces entonces como persona rigurosa, exigente, inteligente… nada que ver con esas otras personas ilusas y desinformadas que nutren el batallón del optimismo.
En el mundo de la educación pasa lo mismo y, además, en él todo el mundo sabe mucho y da lecciones de lo que se debe hacer desautorizando o incluso ridiculizando de paso lo que se aparta de su camino.
La pluralidad, la diversidad, la contextualización, gozan de amplia retórica y poca aplicación coherente. Hay mucho dogmatismo también en el sector educativo, incluso entre aquellos que en teoría quieren combatirlo.
Me encantó por eso haber participado ayer en Zaragoza en la presentación de Mejoras Educativas en España, el libro coordinado por Florencio Luengo y José Moya en el cual Jaume Graells, Lluis Esteve y yo hemos escrito un capítulo.
Se trata de una obra coral concebida por los coordinadores para reconocer lo que está funcionando en las escuelas de este país y poner el acento en el nivel meso -los centros, las redes, los equipos- como describe en el prólogo Mariano Fernández Enguita.
José Moya, al introducir la obra, desmontó algunos tópicos a los que nos hemos acostumbrado:
- No es verdad que en los últimos 40 años las escuelas en este país no hayan mejorado. Lo han hecho y mucho, asumiendo y tejiendo diferentes enfoques: la autorrevisión y compromiso del centro; la convivencia; la ciudadanía y los valores democráticos; la integración curricular de las competencias…
- No es verdad que el techo educativo de un centro sea la calidad de los docentes. Ningún docente mejora por sí mismo la educación. El verdadero techo de cristal es la capacidad profesional de todo el centro educativo.
Por tanto, afirma Moya, no podemos ignorar lo que hemos hecho bien y, además, debemos favorecer a los centros que se están esforzando. Es de sentido común, ¿no? Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto reconocerlo?