Faltan dos semanas para disfrutar de las Perseidas, las lágrimas de San Lorenzo. Justo el tiempo que calculo que se necesita para leer, saboreando lentamente, La más bella historia del mundo.
Un libro que me ha cautivado y que estoy leyendo por segunda vez, precisamente para emocionarme más, si cabe, con las Perseidas, a las diez de la noche, en el puente medieval sobre el río Alcanadre, donde espero estar el 12 de agosto.
Esta obra coral de cuatro científicos, Hubert Reeves, Joël de Rosany, Yves Coppens y Dominique Simonnet, me la recomendó mi prima: pero vigila, no se trata de ningún bestseller de esos que te zampas en tres tardes. ¡Ella es una voraz lectora!
Sin embargo, el formato de diálogo, la estructura en tres grandes bloques (el universo, la vida y el hombre) y el lenguaje cercano, poético en ocasiones, fascina y convence… Y también la humildad: Esto no lo sabemos es una afirmación presente en cada capítulo. ¡Caes de cuatro patas dentro del libro, realmente como si fuera una novela de Ken Follet!
Creo que es la lectura perfecta para acompañar una noche estrellada de verano, cuando es inevitable preguntarse por el origen del universo, de la vida, de uno mismo y por el sentido -o la ausencia de sentido- que puede tener todo esto. En la primera lectura subrayé: Nosotros mismos estamos formados con el polvo del Big Bang.
Y a pesar de nuestro origen cósmico, el hombre es la especie más insensata, venera a un dios invisible y masacra una naturaleza visible, sin saber que esta naturaleza que él masacra es ese dios invisible que él venera, piensa el sabio Hubert Reeves. Tal vez por esta razón lloran las Perseidas.
Una vez al año, tenemos la oportunidad de llorar con ellas.