Hace unos días, todavía bajo la sacudida de la confesión de Jordi Pujol, iba yo dando vueltas a la influencia que ejercen sobre nosotros las personas que consideramos modélicas.
Nunca me conté entre los miembros del club de fans de Jordi Pujol, aunque comprendo la fascinación que suscitaba entre muchísimas personas que ni siquiera le votaban.
Creo que la fuerza de su figura residía en la imagen de autenticidad, compromiso y referencia a los valores cívicos y morales. Para muchas personas era inconcebible suponerle una doble moral.
Bueno, también para mí. Si no me gustaba mucho era por otros motivos, pero nunca hubiera imaginado tal abismo entre lo que predicaba y lo que llegó a hacer, porque creía en su honradez.
A otro nivel de decepción, hace unos años supimos del engaño de Enric Marco, el preso que nunca lo fue del nazismo, a quien conocí personalmente y me inspiraba también mucho respeto.
Todo esto me provoca reflexiones contradictorias: creo que en educación necesitamos inspirarnos en personas modélicas, ejemplos vivos de los valores más nobles.
Pero el riesgo de entronizarlas e hiperidealizarlas es alto. Y si afloran los aspectos más mezquinos que todos tenemos -y ellas también- acabamos provocándonos un amargo escepticismo.
A diferencia de lo que cantaba Tina Turner, yo sí creo que queremos algo más que la vida fuera de la cúpula del trueno y necesitamos héroes. Pero conscientes de que a veces nuestros héroes se equivocan y mucho. Y entonces, dejan de serlo.