Ayer asistí a la conferencia El rostro oculto de la crisis: una factura evitable, organizada por el Cercle d’Economía. Fue una conferencia impartida a dos voces, la de Enric Canet y la de Salvador Busquets.
Lo singular era que no se trataba de un diálogo exactamente, sino de un mismo discurso hilado brillantemente por ambos ponentes, que aportaron reflexiones interesantísimas para ver, juzgar y decidirse a actuar.
Empezaron planteando una pregunta que muchos nos hacemos: ¿por qué a pesar de la dureza de la crisis la sociedad todavía no se ha roto en pedazos? La respuesta está en lo que definieron como personas-cemento: personas de alta sensibilidad social que actuan encordando a las personas que sufren evitando que caigan: mucha gente que ayuda, en todos los sectores, en todas partes.
En este sentido, me llamó la atención la referencia a la compasión como elemento imprescindible para reaccionar. Esta palabra cayó en desgracia hace tiempo, arropada injustamente por un manto casposo de ñoñería y caridad a partes iguales.
Pero la compasión, tal como la definieron Enric y Salvador, consiste en ver el dolor del otro y poner el corazón en él. La compasión comienza por la pasión, por el interés profundo en las personas que han empezado a creer que no interesan ya a nadie.
A lo largo de la conferencia, los ponentes desgranaron las medidas políticas y sociales necesarias para reducir las desigualdades, así como el nuevo perfil de las entidades sociales que pueden dar respuesta: ligeras y constantes; flexibles y participativas; austeras y permanentes y capaces de creer en la capacidad de las personas para curar las heridas.
Me quedo con dos imágenes que evocaron para comprender que los procesos de exclusión pueden ser reversibles: La imagen de la telaraña (todos tenemos hilos que nos pueden aguantar) y la imagen del geranio roto (cuyo esqueje puede volver a echar raíces si se planta en buena tierra)