No sé por qué me da la impresión de que la crisis va a disparar la rivalidad entre las asociaciones o entidades sociales que atienden el mismo segmento de población o problemáticas similares.
Sus usuarios o destinatarios (personas con algún tipo de dificultad, niños, ancianos…) no coinciden exactamente con sus «clientes», que muchas veces son las administraciones públicas o las entidades privadas dispuestas a pagar los servicios.
Si hay restricciones económicas, el trocito de pastel será más pequeñito para todos y los «clientes» van a ser más codiciados.
En este contexto, bien pudiera ser que aumentara la competencia entre las entidades sociales, no ya por llevarse el trozo más grande, sino incluso por mantener el que tenían. Algo de inevitable hay en todo esto, pero me parece que por lo menos sería conveniente hacer dos reflexiones:
Para explicar la primera me voy al cine: en una película bélica, de esas clásicas de la segunda guerra mundial, el soldado protagonista, el guaperas de los aliados, tiene como enemigo al ejército nazi. Y tiene como rival al otro soldado compañero que está enamorado de su novia y compite por ella. No hay error posible. Una cosa es el enemigo y otra cosa es un rival.
Creo que en las asociaciones sin afán de lucro la angustia por llegar a fin de mes y cumplir los compromisos derivados de la causa social puede provocar, a veces, una confusión entre ambos conceptos. Ver a las otras asociaciones como enemigas es equivocarse de película.
La segunda reflexión es más prosaica: ¿realmente es necesario tanto personalismo asociativo para las causas sociales? Así como en las asociaciones culturales de todo tipo lo veo como una riqueza creativa, en las entidades que sirven a una causa social (pobreza, cooperación, discapacidades, inclusión, infancia…) lo veo más bien como una dispersión o despilfarro de esfuerzos.
Tal como van las cosas, y para no perder el norte, si somos rivales por lo menos habría que identificar quién es el enemigo.
Además, también habría que buscar y cuidar con mimo pequeños espacios de encuentro, de «no-rivalidad», que nos ayuden a construir algo juntos.
Porque, aunque no seamos enemigos, la rivalidad también cansa y pesa como una vaca en brazos. Y porque los otros espacios, con lo que está cayendo, los tenemos asegurados.