Después de los dos intentos fallidos, el pico oriental de la Peña Foratata y la arista Peyreget del Midi d’Ossau, tocaba recomponer el plan y ajustarlo a la cruda realidad.
El buen tiempo nos facilitó las cosas, aunque a la extrema sequía y al calor sofocante es difícil llamarles buen tiempo. Ojalá llueva y no pare en muchos días…
Con ganas de que algo saliera redondo, nos propusimos dos metas más asequibles. Una de ellas fue el pico Anayet, justo enfrente del desagradecido y orgulloso Midi d’Ossau que nos había expulsado despiadadamente de su lomo.
El Anayet fue una auténtica sorpresa. Como se puede ver en la foto, es la típica montaña cónica que dibujan los niños. Lagos, altura, caballos y arista con su pizca de emoción y su cadena para superar los pasos más delicados.
La otra meta fue el Astazou pequeño, el de los 3015 metros, al que ya teníamos el gusto de conocer, después de haberlo recorrido hace un montón de años por su elegante arista noroeste.
Esta vez escogimos subirlo por la parte aragonesa, llegando a la base del Monte Perdido y recorriendo el valle colgado sobre el llamado Balcón de Pineta. Día fantástico con el inesperado regalo de coincidir con viejos amigos en la misma cumbre.
Creo que no hubiéramos alcanzado tan limpiamente ambas metas sin el entreno previo de los dos fracasos anteriores: nos aclimataron, nos tonificaron cubriendo grandes desniveles y nos provocaron lo justo para intentarlo de nuevo.
Bajando del Astazou, esta marmota desdeñosa nos giraba la espalda, como diciendo: tranquilos, la próxima vez no será tan fácil…