Gran descubrimiento de una abuela reciente: ¡ya nos cambiaron las normas de crianza!
Cuando yo tuve a mi hija -estoy hablando del siglo pasado, concretamente de 1983- los criterios-tendencia en el cuidado que merecían los bebés eran bastante diferentes a los que rigen ahora.
Como yo no tenía ni idea de lo que era más correcto hacer, seguía a pies juntillas las indicaciones de las autoridades pediátricas, sin cuestionarlas. Y había una cierta unanimidad en algunas cosas que a día de hoy casi parecen aberraciones.
Punto uno: a los bebés se les ponía boca abajo para dormir. Si preguntabas por qué, la respuesta que yo recuerdo más o menos tenía que ver con las digestiones, los cólicos y los gases que podía tener la criatura.
El caso es que mi hija durmió boca abajo bastantes años, hasta que el pediatra me dijo que tal vez convendría darle la vuelta porque los pies se le estaban poniendo de pato. ¡Suerte que me avisó! Si no me hubiera dicho nada tal vez hubiera acabado con una prótesis de cadera…
Punto dos: los bebés tenían que mamar o tomar el biberón cada tres horas. ¡Nada de darle el pecho cuando quería! Si se quejaba, había que intentar distraerle o dormirle, pero que aguantara lo posible hasta que le tocara la hora. Confieso que en este tema a veces hacía un poco de trampa.
Punto tres: Los bebés tenían que dormir en su cunita o en su camita desde el minuto uno, y a ser posible en su habitación. ¡Nada de meterles en tu cama! Si hacía falta te levantabas e ibas a donde estaba la criatura, pero bajo ningún concepto había que correr el riesgo de acostumbrarles a un excesivo apego… la amenaza, bastante efectiva, era que luego no te los podrías quitar de encima hasta los doce años por lo menos.
Punto cuatro: llorar era muy sano y no hacía ninguna falta ir a consolar al bebé inmediatamente. En el curso de preparación al parto, recuerdo que la profesora nos dio una receta según ella infalible en caso de llanto «no justificado», es decir, cuando el bebé estaba saciado (por tanto, no podía tener hambre), estaba limpio, no se le había caído el chupete y, además, que narices, era hora de dormir y no de juerga:

  1.  Mira que la razón no sea realmente ninguna de estas causas: hambre, caca, chupete. Si la hay, actúa: aliméntale, cámbiale el pañal, ponle el chupete y vuelve a dejarlo en la cunita.
  2. Si no existe razón evidente por la cual el bebé llora, dile con voz suavecita que ahora no puedes atenderle y vete a la cocina o donde sea. Déjale llorar 15 minutos de reloj.
  3. Si al cabo de 15 minutos no se ha calmado por su cuenta, vuelve a su lado: seguramente será el momento de alimentarle, limpiarle o ponerle el chupete.

Sí, parece supercruel. Pues bien, confieso que yo fui supercruel. En mi defensa diré que lo hice por pura obediencia a la autoridad experta y competente y que eché alguna lagrimilla de culpabilidad mientras el llanto desgarrador de mi hijita me taladraba los tímpanos.
El caso insólito, increíble diría, es que ese conductismo feroz funcionó: al cabo de 15 minutos exactos, paró de llorar en seco. Asombrada, me acerqué sigilosamente a la habitación y vi que se había dormido. Vale, probablemente de puro agotamiento, lo reconozco. Pero el caso es que nunca más volvió a marranear a la hora de dormir. Nunca más.
Es lo que tiene el conductismo, que te soluciona bastantes cosas. Luego te crea otros problemas, pero vaya, ya los arreglarás más adelante…
A lo mejor le causé el trauma de su vida, pero la verdad es que no se acuerda. ¡Qué bien nos va a veces que la memoria sea selectiva y vaporosa!
Me pregunto si los criterios-tendencia de ahora, tan diferentes a los de antes, también cambiarán tarde o temprano. Porque nada es para siempre, ¿o sí?

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